LA TRAMPA HUMANISTA
Esther Díaz
¿Qué
quiere decir universal? Pregunté siendo preadolescente a la maestra cuyo
guardapolvo competía en blancura y almidón con el mío. Que abarca a
todos los individuos de una misma especie, contestó. ¿Los varones y las
mujeres pertenecemos a la misma especie? Por supuesto, replico mirándome
de reojo un poco crispada ante mis demandas. Entonces, ¿por qué la Ley
Sanz Peña habla de “voto universal” si las mujeres no podían votar? Ahí
perdió los estribos. La ley existe para cumplirla, no para discutirla. Y
dio por terminado el interrogatorio.
Cuando me enteré que Jantipa -la mujer del padre de la filosofía
occidental- había arrojado en la cabeza de su marido el contenido de un
balde con orín, no precisamente por ningún juego erótico, sino cansada
de sus preguntas, celebré que mi educadora no reaccionara como la
primera dama filosófica. Más adelante supe que Sócrates rengueaba de la
misma pierna que mi maestra pero peor, no solo aceptaba los universales,
los había inventado.
Una inquietud similar sentí cuando leí que el objeto de estudio de las
ciencias sociales es “el hombre”. ¿Y la mujer?, aunque iba aprendiendo
la lección y ya no preguntaba en voz alta. ¿Por qué la Iglesia excluye
del poder a las mujeres?, ¿por qué la Revolución Francesa declaró los
Derechos del Hombre y el Ciudadano, pero a una revolucionaria que
redactó los Derechos de la Mujer y la Ciudadana le cortaron la cabeza?,
¿y los europeos conquistando América bajo el lema de que los pobladores
originarios no tenían alma?, por no mencionar a Robert Boyle
representante de la ciencia “universal”, que en sus sesiones sobre
la campana de vacío no permitía mujeres de ningún tipo ni varones
que no fueran blancos y prestigiosos.
En fin, cuando descubrí que “universal” es solo una palabra, advertí así
mismo que opera como tecnología de dominación. Tomemos el término
“humanismo”, uno de esos universales que, a fuerza de insistencia y
buena prensa, ha terminado por ser aceptado por revolucionarios y
reaccionarios, por anarquistas y fundamentalistas, por progresistas y
fascistas. ¿Qué supone el humanismo? La supremacía de lo humano (más
exactamente del varón blanco e ilustrado) en detrimento del resto de lo
existente: personas de piel no blanca, sexualidades diferentes, mujeres,
animales, naturaleza en general y hasta niños cuyos derechos son muy
recientes.
El humanismo hunde sus raíces en la Antigüedad, se remozó en el
Renacimiento y sigue alentando guerras y exclusiones en nombre de la
“humanidad” aunque en la práctica los agredidos no parecieran compartir
la categoría humana, por ejemplo cuando el Primer Mundo ataca a pueblos
paupérrimos pero ricos en petróleo o marfil, o cuando desde sus
fronteras dispara contra indocumentados. En realidad “humanidad”
es un universal chueco, ya que entroniza una particularidad -el hombre-
como pivote de una totalidad: lo existente.
La lectura de
Lenguaje y silencio de
George Steiner (Gedisa, 1013), movilizó esta reflexión. El libro surge
de una compilación de textos de la década de 1960, y el autor –notable
analista de la cultural- aborda la crítica literaria y política desde la
exégesis de textos. Cuestiona la naturalización del humanismo por parte
de intelectuales con las mejores intenciones y de políticos con las
peores. Georg Lukács en un extremo y Adolf Hitler en el otro. Con las
desorbitantes y obvias diferencias, ambos son humanistas. El segundo
apostaba a destruir “seres inferiores” para purificar a la humanidad, el
primero a que se realizara la revolución en beneficio de la humanidad.
Pero lo que da que pensar en
Lenguaje y silencio –libro lúcido pero achacado por el tiempo- es
que el autor, que en el prólogo critica humanismos centroeuropeos como
la Gestapo, los franceses torturadores de argelinos, el historicismo
utópico del marxismo y el “autoritarismo estoico” de Freud, parecería
seguir apostando por otros humanismos (es decir por lo mismo). Prueba de
ello es que en 1974 Steiner emitió una serie de conferencia bajo el
revelador título de “La nostalgia de lo absoluto”. Se refiere a la
decadencia de los sistemas religiosos institucionales como causante del
vacío moral occidental. Vacío que no lograron llenar -según el autor- ni
el marxismo, ni el psicoanálisis, ni el ocultismo, ni otras creencias.
Pues todas fallan a la hora de dar una respuesta universal a la crisis
de sentido que perturba al hombre. Estaría bueno preguntarle a Steiner a
qué obedece esta compulsión por los universales y esta reducción del
sentido a lo humano.
Suele decirse que los torturadores son “inhumanos”, ¿de dónde salió eso?
Únicamente el humano tortura o traiciona. Ningún animal, piedra o
vegetal (ningún inhumano) desarrolla estrategias para envenenar
lentamente a un congénere o quemar viva a su pareja. Estos son atributos
demasiado humanos. ¿Qué hizo que el hombre se creyera superior a un mono
o a un lagarto? ¿Poseer racionalidad? Sólo los seres racionales somos
capaces de desarrollar estrategias guerreras, de manipular, de
corromper. ¿Es realmente privilegiado el puesto del hombre en el cosmos
comparado con los innumerables sistemas astrales y con diversidad
lujuriosa de nuestro pequeño planeta? El horóscopo actual es un remedo
bizarro de aquella concepción antropomórfica (los astros “preocupados”
por nosotros).
Para el humanista Erasmo las cuestiones realmente importantes debían ser
discutidas únicamente por las elites. El humanismo entraña un
sometimiento sacrificial de la otredad. Ahora bien, como para poner
freno a tanto delirio humanista apareció Nietzsche con su apreciación de
que la vida se da sus propias formas y con su crítica a la pretensión de
que el hombre –por estar dotado de razón- crea poseer mayor jerarquía
que cualquier otra forma de vida. Cuestiona al logocentrismo por reducir
la sobreabundancia vital a una característica humana: la razón.
El
humanismo es asimismo falocéntrico al incentivar la supremacía de lo
masculino. El varón se reserva el lugar de producir cultura, guerra y
economía relegando a la mujer a funciones biológicas, paridora de
progenie, objeto de placer. He aquí otro aspecto del humanismo: el
machismo.
Los profetas del fin de la historia
Retomemos el ambiguo humanismo de Steiner, ¿qué significa “una respuesta
universal a la crisis de sentido que perturba al hombre”?, ¿cree
este autor que los sistemas religiosos institucionales otorgarían un
sentido universal que incluyera los feminicidios, la pedofilia, los
racismos? Pero antes de que Steiner reaccione como mi maestra o como la
inefable Jantipa, trataré de calmar los ánimos y remitirme a un aspecto
más amigable de su pensamiento. Casi al final de
Lenguaje y silencio
se refiere a los relatos tradicionales y a las nuevas tecnologías como
facilitadores del fin de la historia. Me pliego a esta problemática
desde una ficción.
Se trata de un futuro cercano, tan cercano que situaciones similares
deben de estar ocurriendo en algún “Silicon Valley” del planeta. Nos
encontramos con Theo, un hombre sensible y solitario que se gana la vida
escribiendo cartas de amor para terceros. De puro aburrimiento adquiere
un sistema operativo que
promete una entidad intuitiva personalizada. Samantha es su nombre. ¿Su
voz?, levemente disfónica, sensual y sagaz. Se enamoran. Estamos viendo
Her de Spike Jonze. En ese
futuro no se utilizan manos para lo digital, simplemente se habla y
escucha. Samantha dispone las cosas para que un día Theo, que hasta ese
momento era un escritor fracasado, reciba un regalo
inusitado: un libro impreso con sus cartas anónimas y su nombre
en la portada. Esta
inesperada actitud proveniente del mundo virtualizado no deja de ser un
giño contra los profetas del fin de la materialidad y del fin de la
historia. Presenta asimismo un nuevo desafío en la lucha por la
aceptación de los diferentes: ¿sería posible zafar del humanismo y
equipararnos sin subordinaciones no solo con las diferencias biológicas
sino también con seres inhumanos como la inteligente e irresistible
Samantha?
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