Entre la
filosofía y el arte
POR ESTHER DIAZ
Publicado en la Revista Ñ
el 17 de agosto de 2013

Es de noche, voy atravesando un camino desconocido e inquietante,
tengo miedo. De pronto surge de mi boca un canturreo. Una especie de
ritornelo que me tranquiliza. Es como si con los pulsos de mi voz
festoneara el caos circundante, como si restableciera cierta armonía
en el mundo. La función del ritornelo , tal como la piensan Deleuze
y Guattari, es trazar una delimitación de territorio que produzca
tranquilidad ante la inmensidad indefinida de lo desconocido.
No sólo existen ritornelos sonoros. Hay gestuales, gráficos,
sexuales y hasta investigativos (retroceso y retorno de problemas).
Pensemos una relación entre investigación y ritornelos , no sin
antes recordar que toda música implica ritornelos aunque no todo
ritornelo es musical. Cuando se aborda un problema de investigación
siempre está embarazado de caos. Una manera de asumirlo es intentar
ritornelos indagativos. Consensuar regularidades, reiterar
cuestionamientos, “desacelerar” el caos. El investigador tiene
necesidad de un primer tipo de ritornelo, el territorial, en él
coinciden elementos heterogéneos que establecen alianzas y brindan
unidades de análisis.
Pero el investigador creador transforma el territorial y produce
otro de segundo tipo, un ritornelo mundo despojado de códigos y
cargado de innovación. Sigue fluyendo ahí el ritornelo primitivo,
pero subsumido. Si esa investigación persevera alcanza una fuerza
cósmica que se encontraba sin elaborar en el material originario, en
el punto cero de la investigación. La producción fecunda irrumpe
despojada de imperativos, de relaciones semiológicas entre las
palabras y las cosas, o los sonidos y la fuente que los inspiró, o
los conceptos y los entes. Copérnico formula la teoría
heliocéntrica, Picasso crea el cubismo y Nietzsche resquebraja las
columnas de la filosofía desobedeciendo pautas heredadas.
Si bien siempre es más fácil repetir lo establecido que afrontar lo
diferente. Pero quien ama los desafíos huye de lo trillado y simple,
va en pos de categorías nómades, modulables, autogeneradas o
provenientes de críticas a la ciencia hegemónica, como las
estructuras disipativas de Prigogine, los conceptos de ritornelo y
rizoma de Deleuze y Guattari, la deconstrucción de Derrida o la
arqueología genealógica de Foucault, entre otras perspectivas. Sin
pretensión de universalidad porque si ésta existiera, ¿dónde está?
El ánfora de la investigación innovadora se sostiene en tres
soportes: rigor técnico, normatividad expresiva y libertad
metodológica. Lo primero para el manejo de los instrumentos, lo
segundo para la transmisión de los logros, lo tercero para la
exploración y el proceso creativo.
El rigor técnico brinda la condición de posibilidad para la
idoneidad profesional y está fuera de toda discusión, hay que
ejercerlo. En segundo lugar, la normatividad apunta al armado de
documentos e informes; parecería un simple requisito administrativo,
pero representa un fuerte obstáculo para lograr metas académicas.
Los estudiosos, si desean validarse como expertos, deben fundamentar
sus realizaciones mediante escritos académicos. Actualmente lo
requieren todas las disciplinas, se trate de ciencias, humanidades,
tecnología o arte. Las estadísticas indican que no se trata de un
impedimento menor. A este límite de quien aspira a validarse
institucionalmente, se le agregan otros. ¿Cómo conseguir que los
colegas evaluadores acepten abordajes no convencionales? Y los
burócratas de la investigación, ¿qué harían si los investigadores no
colocáramos en cada “casillero” de sus formularios los términos que
la fuerte formación imperialista, sedentaria y positivista del saber
ha estandarizado y naturalizado? Es dilemático. Abordemos ahora el
tercer soporte: metodología y libertad. No se niega aquí que la
investigación requiera métodos sólidos. Se sostiene en cambio que la
creatividad no surge de fórmulas estancas. La investigación
innovadora –no la repetidora– necesita procedimientos que presenten
resquicios para la libertad. De modo que una vez lograda la obra,
recién se pueda explicitar con relativa claridad el método.
El investigador en una primera etapa de su formación se rige por la
metodología vigente para contribuir a su propia solidez. Pero cuando
siente en sus hombros un cosquilleo de plumones, cuando sus alas
quieren crecer, el estudioso innovador huye de los métodos
canónicos, pero a través de ellos. Inventa categorías propias,
deconstruye las establecidas. Busca grietas y fallas, introduce arte
aunque se trate de ciencia. Utiliza los métodos como las
herramientas de una caja o inventan nuevos. Soporta la pirotecnia de
las velocidades y los movimientos de nuestro pensamiento y de lo que
estamos estudiando, presiente lo impredecible. Produce un ritornelo
de segundo tipo, un ritornelo cósmico.
Investigar así es como dar saltos sin saltar, como ser nómade desde
una aparente inmovilidad. Esto es un secreto a voces entre los
investigadores cuánticos, los físicos teóricos, los microbiólogos,
los meteorólogos, los filósofos de la vida, los científicos no
sustancialistas, los artistas. Los nómades, esos que dan saltos
incluso sin moverse del lugar pues existen muchas maneras de saltar.